15.12.16

Mis cuentos (VIII). El último vagón


Sólo a él se le ocurrían esos disparates, Daniel había soñado con los ojos que le llevarían a su felicidad y se había despertado sabiendo que ese día los encontraría. Nunca fue una persona metódica pero sí sabía que Dios o Natura lo tenían mimado y que sus pálpitos tenían siempre un trasfondo mágico. Con esas premisas llegó a la estación, ésta no había mejorado mucho desde la última vez que estuvo en ella. Igual de sucia que siempre, los mismos malos olores y la misma ingente cantidad de personas unas con prisas, otras pausadas, pero todas con la apariencia de estar buscando algo. Ese era el lugar, el sitio para encontrar la felicidad.
Nunca fue una persona metódica, se acercó a la taquilla, espero la cola, y cuando le tocó su turno pidió:

- Buenos días, por favor, me daría tres billetes, uno para cada uno de los tres siguientes trenes que salgan.
- ¿Para dónde?
- Es indiferente, para dónde salgan, pero los tres próximos, por favor.
- De acuerdo, Vd. sabrá, ahí tiene.
Pagó y se despidió,
- Muchas gracias, que tenga un día excelente.

Oyó un pseudoladrido como despedida.

Ya no había marcha atrás, la suerte estaba echada y él y sus pálpitos siempre funcionaban.

El andén estaba lleno de humo del primer tren que estaba presto a comenzar su marcha, Daniel, sin prisas pero diligentemente recorrió el camino paralelo al tren mirando en todas las ventanillas, en la mitad del penúltimo vagón vio unos ojos azul cielo preciosos, pero cuando cruzaron sus miradas, Daniel no sintió nada. Terminó de recorrer el tren y sus ojos o lo que fuese, no sintieron ninguna atracción especial por nadie más. El silbato sonó y la marcha lentamente comenzó, a Daniel le asaltaron las dudas: ¿Y si se había equivocado?

Al comprobar su siguiente billete y constatar que le quedaban cinco minutos para partir, Daniel aceleró el paso, comenzó a recorrer el nuevo tren, esta vez con el cuerpo lo suficientemente en tensión como para saber que si no lo conseguía en éste, entonces el sondeo del último estaría ya marcado por la tensión, el miedo a fallar y las prisas, y ninguno son buenos compañeros de camino para encontrar la felicidad. Al comprobar con desgana la última ventanilla, cuando el silbato había sonado ya dos veces, y el tren había comenzado su calmoso camino, los vio, vio la mirada más limpia que había imaginado nunca, de repente sus miradas se quedaron enganchadas, Daniel recibió una descarga de energía que recorrió toda su espalda y salió por sus pies. No lo dudó, corrió y saltó hacia la escalerilla. Sin saber por qué llegó hasta el final y se sentó enfrente de la chica de la mirada limpia.

- Hola, ¿Cómo estás ?  Me llamo Daniel. ¿Estás preparada para el torrente de emociones que se te viene encima? Vas a ser muy feliz...¿Lo sabías? Por cierto, ¿Este tren, adónde va?

Ella no había dejado de mirarle un sólo instante, le había caído simpático, aunque (por las cosas que decía) muy centrado no parecía estar...

- Yo me llamo Ixone (sonrió y dijo). A Cuenca, este tren va a Cuenca,

- ¿A Cuenca? ¡Qué suerte! Dicen que es muy bonita. Además como el trayecto es largo tendré tiempo de convencerte de que vas a ser muy feliz.

Ixone pensó: Pues parece una agradable compañía, total no tengo nada mejor que hacer, y peligroso no parece, y tiene una sonrisa tan radiante...

Mientras Daniel seguía hablando:

-  ¡Qué bien! Bueno, a ver cómo nos organizamos cuando lleguemos a Cuenca.

Ixone sonrió

Con disimulo Daniel comprobó su último billete...era para este mismo tren (el simpático Sr. se había equivocado, le había vendido dos billetes ¡para el mismo tren!)

¡Qué cosas tiene el destino! (pensó) ¡Suerte que a mí me tiene mimado!


Un saludo a tod@s.


El único modo de estar seguro de coger un tren es perder el anterior.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.



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